VERSIÓN IMPRESA
 
 
 


 
 

 

“Carta de despedida de la profesión
de una abogada de campaña”
 

Hoy, y no otro es el día, que imaginariamente recorrí, por última vez, en mi carácter de abogada, los 135Km que separan mi ciudad de la cabecera del departamento Judicial al que pertenezco- Trenque Lauquen- y regresé, también imaginariamente, haciendo el mismo recorrido pero en una situación totalmente distinta. Hoy di de baja mi matrícula profesional.
Encontrados sentimientos se apoderan de mí y, curiosamente siento, que las piernas y el corazón me tiemblan de la misma forma que sentí el día que subí las escaleras de la Facultad de Derecho de Buenos Aires para ir a recibir mi flamante título de abogada. En lugar de las escaleras, de esa gran mole de cemento, que es nuestra facultad; hoy me acompaña la gran llanura de nuestra pampa húmeda. Y veo en este contraste todo un símbolo de lo que ha pasado por la vida de esta abogada de campaña.
Las escaleras marcaban el potencial ascendente; los proyectos; el futuro; la fuerza de la juventud. La llanura, en cambio, marca algo así como haber llegado a la cima (que en definitiva es una gran meseta) e indica: la llegada… el proyecto cumplido… y el hondo suspiro de haber llegado “entera a la meta final”.
Ínterin…, ínterin, transcurrió la parte más fructífera de mi vida profesional y personal. ¡Cuántas vivencias! ¡Cuántas ilusiones! ¡Cuántos sueños cumplidos!, y porque no decirlo… cuántos sueños rotos…!
Hago una mirada retrospectiva y no puedo dejar de recordar los primeros años de profesión cuando nos encontrábamos los abogados de madrugada en el tren que venía desde la pampa y nos íbamos sumando en las distintas ciudades de la línea del oeste para llegar a los tribunales de Mercedes; y regresábamos por la noche en el mismo tren que volvía a su punto de partida.
Cuando se crearon los tribunales de Trenque Lauquen, nos pareció que tocábamos el cielo con las manos. Pero eran épocas difíciles y para poder viajar semanalmente compartíamos los viajes. Y viene a mi memoria la compañía sin igual de los colegas: Alberto Medina, Abel Miguel; Mario Gersenobitz y Maritza Benedicto.
¡Cuántos hermosos recuerdos! Junto a la infaltable compañía del mate amargo!
Los temas en los viajes eran excluyentes: los hombres, fútbol y política; la mujeres de modas y de amor.
Todos fuimos a los casamientos de todos, compartíamos los cumpleaños y fiestas escolares de nuestros hijos, pero en los expedientes… en los expedientes: a matar o morir! Esos temas no se hablaban fuera del estudio!
La gran fiesta semanal era detenernos al regreso, en la estación de servicio de Juan José Paso donde el pintoresco dueño, nos esperaba con unos sándwiches de pan francés con jamón y queso, fantasmagóricos recargábamos el termo con el agua “a punto” para que unos buenos “amargos” acompañen la vuelta a casa.
¡Y llegaron las inundaciones!... se cortaron las rutas y debíamos hacer 900Kms por tierra entre ida y vuelta para llegar al Tribunal. Hasta que también se cortaron los caminos de tierra y terminamos viajando en avión!!!
Pero lo vivíamos naturalmente, no sé si con resignación, aceptación o inconciencia. No puedo identificar en este momento cuál era el sentimiento que nos embargaba, pero sí tengo claro que no la fuerza que da la juventud… Tal vez porque nos sentíamos acompañados, todos seguíamos adelante sin renunciar a cada uno de nuestros sueños o proyectos.
Y así, fue pasando esta etapa de la vida casi sin darme cuenta.
Hasta que un día, algo muy profundo dentro de mi ser me indicó que había llegado el momento de dar un paso al costado, (tal vez duros golpes de la vida; tal vez tomar conciencia que mis hijos ya son hombres; tal vez encontrarme en alguna audiencia con un ex alumno en calidad de colega)… no lo sé, pero tuve la certeza de que había llegado la hora de retirarme.
Y aunque parezca mentira, no siento nostalgia: por el contrario siento que mi corazón cabalga de alegría por todos los proyectos postergados que ahora trataré de concretar; por el tiempo libre que tendré para compartir con mis amigas, por levantarme a la hora que yo disponga sin que in despertador me lo indique; porque podré planificar mis vacaciones en cualquier época del año y por tantas otras cosas que se me van a ir ocurriendo en el transcurrir de lo que me queda de vida.
Pero obviamente surge la reflexión final: ¿qué rescato de tantos años dedicados a esta profesión? Tan dura, tan competitiva, tan exigente. ¿Los juicios?... no; se ganan o se pierden; ¿el dinero?...no, sólo se lo necesita para vivir dignamente; ¿los clientes? … no; no hay clientes cautivos. ¿Entonces que queda?... ¿Qué legado puedo ofrecer a mis hijos de todos estos años de tan duro trabajo?, a quienes hasta hoy no les he pedido disculpas por mis llegadas tarde a las fiestitas del colegio, o por haberme olvidado más de una vez de ir a retirarlos a tiempo.
¡pero por suerte encuentro que mis arcas no están vacías!! Puedo ofrecerles y hasta puedo ostentar con la frente bien alta lo que a lo largo de mi carrera profesional pude sostener en forma indeclinable. He sido fiel al cliente y leal con el colega.
No he traicionado los más caros principios que no son sólo reglas de ética profesional, sino códigos de vida: principios que heredé de mis padres y que hoy lego a mis hijos con orgullo y satisfacción.
Me retiro con la serena alegría de saber que en cada colega y en cada cliente ha quedado un amigo

¡Qué más puedo pedir!

Gente querida… hasta que la vida nos vuelva a encontrar!

Carlos Casares, 3 de mayo de 2013

Haydee Graciela Tallarico
 
   
 
 
   
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